Hace unos días celebramos el octogésimooctavo cumpleaños de mi padre. Fue un día muy especial y me sentí y me siento tremendamente afortunada por haber podido pasar una fecha tan señalada con parte de mi familia, especialmente en medio de la situación de pandemia que todos estamos viviendo a nivel mundial desde hace meses.

Para esta ocasión tan importante, nos juntamos, en casa de mis padres, mi marido, mi hermano y yo. Durante la charla en la comida, mi hermano empezó a defender con ímpetu su punto de vista sobre un tema… un tema que ni siquiera recuerdo ya. Lo que sí recuerdo con claridad es que yo veía el asunto de manera diferente y, a diferencia de las innumerables veces en las que una conversación de este tipo ha derivado en una defensa a ultranza de nuestras diferentes formas de entender el tema en cuestión, esta vez no ocurrió así.
Mientras mi hermano exponía sus argumentos, yo lo escuchaba atenta y fui muy consciente en esos momentos de que la conversación podía derivar fácilmente en una discusión acalorada. Sin embargo y, gracias a poder observar conscientemente lo que estaba ocurriendo, pude decidir qué quería hacer y tomé la decisión de no rebatir sus argumentos, no entrar en el juego interminable de querer llevar razón, asumiendo que mi hermano no la llevaba, y demostrarle o convencerle de que sus argumentos no eran válidos y los míos sí.
Por un instante – unas décimas de segundo bastaron para ello – pude elegir qué hacer, en lugar de reaccionar a la situación de manera inconsciente y automática. Intentar ganar una discusión (como si de una competición se tratara y como si ganar fuera posible) es un juego al que ya he jugado muchas veces. Sin saber muy bien cómo, una conversación a menudo acaba derivando en una batalla campal en la que cada vez se grita más y, cada vez más, yo intento convencer al otro de lo equivocado que está, en lugar de permanecer en el nivel de un respetuoso intercambio de opiniones.
Discutir siempre ha sido para mí una forma de imponer mi verdad sin entender que era sólo una verdad, la mía, ni mejor ni peor que la de los demás. Discutir siempre me ha dado una falsa sensación de triunfo y poder sobre los demás, sin entender que ése, en realidad, es un tipo de poder muy desempoderante que me debilita en lugar de hacerme más fuerte. Discutir siempre ha sido una de las muchas caras de mi ego.

Todo esto no significa que no vaya a caer de nuevo en enfrentamientos, en esta carrera de fondo por ganar y quedar por encima del otro, tan arraigada ya en mí y en mi vida. Sé que volveré a entrar en este juego una y mil veces… y, cuando recuerde esos momentos, intentaré ser compasiva conmigo misma, intentaré recordar que, cada vez que discuto con alguien, que me enfrento a alguien, estoy jugando a querer llevar la razón, que llevo años intentando imponer mis opiniones a los demás sin recordar que mis opiniones son sólo eso, opiniones, ni más ni menos importantes que las de la otra persona con la que he entrado a discutir; pero también sé que volveré a vivir momentos tan mágicos como el que viví con mi hermano hace unos días. Sé que tendré nuevas tomas de conciencia. Sé que volveré a poder escuchar atenta a la persona con la que esté conversando, sin necesidad de juzgar lo que dice y reaccionar de manera automática a sus opiniones y que volveré a tener la oportunidad de decidir si quiero entrar o no a discutir con ella.
Yo hoy me permito poner un poco de luz en mis elecciones y elegir algo diferente. Yo hoy me permito no discutir, me permito no querer llevar la razón, me permito soltar el control y doy las gracias por poder elegir y disfrutar de algo diferente a lo que llevo eligiendo, sin ni siquiera darme cuenta de ello, tantos años.
(escrito el 28 de julio de 2020)
Yosoyluz. Ésta es mi luz. Veo la tuya y la honro.
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